Fracaso escolar en el entorno del Campo de Gibraltar

Averiguar las causas del fracaso escolar en apenas tres semanas de prácticas es una tarea muy difícil de abordar. Con este pequeño estudio trato de contextualizarlo en el entorno del campo de Gibraltar.

domingo, 29 de mayo de 2011

Peculiaridades y especificaciones del fracaso escolar

Por fracaso escolar se entiende normalmente el hecho de no lograr el título académico mínimo obligatorio de un sistema educativo. En el caso español, se habla de fracaso escolar para referirse a quienes no obtienen el título final de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO), que se obtiene tras cursar con éxito 10 cursos de educación obligatoria. Previamente, se consideraba fracaso escolar a quienes no obtenían el título de Graduado Escolar, que se lograba tras cursar con éxito ocho cursos de Educación General Básica (EGB). No debe confundirse con el abandono escolar temprano, indicador que también incluye a quienes terminan la educación obligatoria con aprovechamiento, pero siguen estudiando (en el caso español el abandono escolar incluye a quienes fracasan en la Educación Secundaria Obligatoria y además, a quienes logran el título y no estudian FP, Bachillerato o cualquier otro tipo de enseñanza).
La expresión "fracaso escolar" ha sido cuestionada, debido al estigma que implica, pues parece señalar que quienes no alcanzan un título educativo se están convirtiendo en personas fracasadas. Además, parece llevar la responsabilidad sobre el logro educativo hacia los estudiantes, no teniendo en cuenta que el éxito escolar es un proceso en el que, aparte de los estudiantes, también intervienen los profesores, la gestión de los centros educativos, las autoridades educativas, las políticas educativas y las familias. Por ello se han propuesto eufemismos y perífrasis, como "alumnos que abandonan el sistema educativo sin la preparación suficiente", pero por ser más largas y novedosas no son tan informativas como la propia de fracaso escolar.
El fracaso escolar es una expresión que tiene la virtud de señalar de forma inmediata una realidad social, pero el defecto de cargar dicha realidad negativamente. Es un concepto vinculado a la extensión de la escolarización obligatoria. En España, antes de los 70, no tenía tanto sentido hablar de fracaso escolar debido a que el Estado franquista no se sentía obligado a garantizar una escolarización mínima a toda la población. Pero hacia el final de la Dictadura, la Ley General de Educación (LGE) de 1970 modificó este panorama, al establecer la Educación General Básica (EGB) como el nivel educativo mínimo para toda la población, que se podría obtener a los 14 años de edad, si, como estaba previsto, se empezaba la educación reglada a los 6 y no se repetía curso. Quienes alcanzaban tal nivel obtenían el título de Graduado Escolar, y quienes permanecían en la escuela sin pasar las pruebas, el Certificado de Escolaridad. No obtener el título de Graduado Escolar era sinónimo de fracaso escolar. Con la Ley orgánica de Ordenación del Sistema Educativo (LOGSE) se prolongó la educación obligatoria a los 16 años, acabando con la indefinición que suponía que la edad mínima para abandonar la escuela fuera los 14 años, y la edad mínima para empezar a trabajar, los 16. A partir de la LOGSE, el fracaso escolar es el resultado de no lograr título de Educación Secundaria Obligatoria (ESO).
La expresión de fracaso escolar ha sido criticada, debido a sus connotaciones negativas y a ciertos presupuestos que se le asocian (Marchesi 2003; Cunchillos y Rodríguez 2004). Por un lado, la palabra “fracaso” tiene una alta carga negativa, remite a la idea de perdedor, de frustración, y puede contribuir tanto a mermar la autoestima de quienes no obtienen el título como a generar un estigma social. Por otro lado, parece apuntar a que el estudiante es el único responsable, cuando cada vez se insiste más en que es resultado de un proceso en el que interviene el contexto sociocultural del alumno, la familia, los modelos didácticos, la labor docente, la política social, etc.
Además, se atribuye como fracaso del estudiante un objetivo impuesto, es decir, el nivel mínimo de educación arbitrario fijado por el Estado. Si se me permite el símil, sería equivalente a que el Estado decidiese que las personas sanas deben correr 100m. en 12 segundos, siendo “fracasados” quienes no lo consiguieran. Carabaña (2004) ahonda en esta dimensión del fracaso escolar, en tanto que debido a la definición de una línea arbitraria de rendimiento educativo, y por tanto poco útil para predecir el futuro de integración social del alumno.
Según Carabaña, es un concepto que debe limitarse a la práctica docente, pero que no debe trascender la práctica del aula. Pero debido a la ideología dominante, según la cual la educación es un bien de salvación (Martín 2004), se tiende a relacionar de forma casi automática fracaso escolar y exclusión social, por lo que los efectos estigmatizadores de la expresión podrían llevar a que esta relación se convierta en una profecía autocumplida.
Se han propuesto otras expresiones más precisas, y largas, como “alumnos con bajo rendimiento académico” o “alumnos que abandonan el sistema educativo sin la preparación suficiente”.
Pero como señala Marchesi (2003: p. 7) “el término ‘fracaso escolar’ está ampliamente acuñado en todos los países y es mucho más sintético que otras expresiones, por lo que no es fácil modificarlo”. Por todo ello, en este texto se prefiere hablar de fracaso escolar.
Debe tenerse en cuenta que, según estudios recientes, la autoestima no influye en el éxito educativo o laboral, y si es alta, incluso puede ser contraproducente, debido al tipo de demandas que generan los individuos con alta autoestima (Baumeister y otros (2005).
Hasta ahora, hemos expuesto una visión administrativa o legal del fracaso escolar, es decir, fracasa quien no obtiene el título educativo; podemos referirnos a este concepto como fracaso escolar administrativo. Esta aproximación tiene la ventaja de simplificar la operacionalización del concepto, pero el inconveniente de que no sabemos si ese fracaso está asociado a un nivel alto o bajo de conocimientos, destrezas y capacidades. Las pruebas del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA, en sus siglas en inglés) permiten la medición del fracaso escolar como falta de un mínimo de conocimientos. Las puntuaciones de estas pruebas se obtienen normalizando los resultados de una batería de preguntas y ejercicios de distinto tipo, de tal forma que la media de la distribución de todos los estudiantes de 15 años es de 500 y la desviación típica de 100. Según el equipo responsable, podríamos considerar que no han logrado el mínimo de conocimientos quienes no obtienen al menos el nivel 2 en las pruebas (una puntuación por debajo de 409,45 en Ciencias, en Matemáticas y en Lectura, 407,45) 3. Hablaremos de fracaso escolar – PISA para referirnos al hecho de no superar dichas puntuaciones.
Teniendo en cuenta estos razonamientos, la operacionalización del fracaso escolar como falta de título educativo mínimo se realiza en el presente trabajo de las siguientes formas:
a) Tasa bruta de fracaso escolar: proporción de jóvenes de que no obtienen el título sobre el total de jóvenes de su edad, a la edad teórica para obtener el título (14 años con la EGB y 16 años con la ESO).
b) Tasa neta de fracaso escolar: Proporción de jóvenes entre 19 y 20 años que no logran el título obligatorio y no siguen estudiando.
c) Fracaso escolar - PISA.
d) Abandono escolar temprano: Personas entre 18 y 24 años que no cursan o han terminado estudios secundarios de 2º nivel (Bachillerato y Formación Profesional, en España). Este dato está muy correlacionado con el fracaso escolar, y es el más accesible para las comparaciones internacionales.

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